ANÁLISIS DEL INFORME SOBRE INCENDIOS DE ECOLOGISTAS EN ACCIÓN

ANÁLISIS DEL INFORME GRANDES INCENDIOS FORESTALES EN ESPAÑA 2012-2016. RELACIÓN ENTRE LOS GIF Y EL TIPO DE VEGETACIÓN FORESTAL Y PROPUESTAS PARA REDUCIRLOS, ELABORADO POR ECOLOGISTAS EN ACCIÓN

La asociación Ecologistas en Acción ha publicado un informe en el que analiza los grandes incendios forestales y propone algunas medidas para reducirlos.

El informe ha sido enviado a numerosos medios informativos, que se han hecho eco de él bajo el desafortunado titular Las zonas forestales artificiales son las responsables de los incendios más graves. Este titular es el que también figura en la web de la Asociación.

Sin embargo el documento presenta muchos errores metodológicos, de concepto y de procesado de datos, de forma que sus conclusiones son erróneas y algunas de las medidas que propone harían a los montes más vulnerables frente a los incendios.

  1. ERRORES METODOLÓGICOS

Metodológicamente el informe se basa en vincular cada incendio con un único tipo de vegetación, lo que no es correcto, y menos aún en los grandes incendios, que muchas veces arrasan superficies muy heterogéneas. Un análisis riguroso debería referirse a superficies quemadas (en hectáreas) y no a incendios (en unidades, como hace el informe). Según el método seguido en el informe si un incendio de arbolado arrasa 500 hectáreas y otro de matorral arrasa 5.000 resulta que el 50% de los incendios arrasó matorral y el otro 50% arrasó arbolado. Conclusión numéricamente cierta pero engañosa.

Es más, se deberían relativizar los datos y compararlos con los datos de superficie de cada formación. En los grandes incendios analizados arden aproximadamente las mismas superficies no arboladas y arboladas, pero el diagnóstico debe tener en cuenta que hay un 65% de superficie arbolada y un 35% de superficie no arbolada. Por tanto, a partir de datos de superficies sería más correcto decir que las superficies no arboladas arden el doble que las arboladas.

Entre los tipos de vegetación analizados en el informe no se ha contemplado el tipo “terrenos agrícolas”, que mucha veces es mayoritario en incendios donde también se queman terrenos forestales. Por ejemplo el gran incendio de Tafalla de 2016 quemó unas 2.500 hectáreas de terrenos agrícolas, y también 900 ha de matorral y 400 ha arboladas. En el informe aparece ese incendio, pero como no aparece el tipo de formación “agrícola”, ese incendio se ha tenido que asignar a otra categoría. ¿Es razonable considerar que es un incendio de matorral si han ardido 900 hectáreas de matorral y 2.900 que no son matorral? ¿O que es un incendio de quercíneas si ardieron 400 hectáreas de quercíneas y 3.400 ha de otro tipo? Pues eso es lo que se ha hecho en el informe, y la consecuencia es que el informe da una imagen errónea de ese incendio concreto y del conjunto de incendios analizados.

Y por último, pero quizá lo que resulta conceptualmente más grave, es que desde el punto de vista de la virulencia del incendio lo más importante es la estructura de la vegetación, y por eso los modelos de simulación que predicen el comportamiento de los incendios se basan en ella. Un monte joven de jaras y pinos repoblados arde igual que un monte joven de jaras y encinas nacidas espontáneamente. Por eso lo importante no es la especie más abundante, ni el origen natural o artificial de la masa, sino su estructura, que en el caso de las formaciones arboladas está muy relacionada con el grado de madurez, de forma que las masas arboladas jóvenes presentan estructuras que ante los incendios funcionan como formaciones de matorral. De los tres análisis que se hacen en el informe los relativos a especie dominante y grado de naturalidad son por ello poco significativos.

El tercer análisis, llamado en el informe “análisis por tipo de formación”, es el que tiene mayor interés potencial, pero lo pierde al incurrir en errores metodológicos cuando escoge los tipos de formación a analizar. Los tipos escogidos son repoblación, monte bajo, bosque maduro, bosque degradado y pastos, pero el informe no especifica cómo se define ninguno de ellos. Podemos asumir que la categoría de pastos es equiparable a las zonas dominadas por vegetación herbácea y que la de monte bajo, que no está definida y que desde luego no se ha aplicado de forma selvícolamente ortodoxa, se refiere a matorrales. Pero según el informe hay 33 incendios de monte bajo (análisis de los incendios por tipo de formación) y 21 de matorrales (análisis de los incendios por especie dominante), así que la correlación entre ambas no es ni mucho menos biunívoca. Intentar construir una tabla que correlacione las terminologías empleadas en los dos apartados es complicado, y hay muchas soluciones matemáticamente viables. A continuación se presenta un intento de cuadrar las tipologías de incendio de los dos apartados de forma que los datos sumen, pero, como cualquier otra alternativa planteable, para que cuadren las sumas de las filas y las columnas siempre hay que utilizar combinaciones poco satisfactorias (por ejemplo en la solución propuesta se ha considerado que 10 incendios de pinar fueron a la vez incendios de monte bajo), lo que indica que la caracterización de las superficies quemadas de al menos uno de los dos apartados del informe no ha sido rigurosa. En la tabla las casillas con números, incluso ceros, indican combinaciones de tipologías posibles y las que aparecen en blanco indican combinaciones de tipologías que se han descartado por su imposibilidad conceptual o su incompatibilidad con los datos.

Pinar

58

Matorral

21

Quercíneas

10

Eucalipto

4

Pastos

2

Repoblación 40 36 0 4
Monte bajo 33 10 21 2 0
Bosque maduro 14 8 6
Bosque degradado 6 4 2
Pastos 2 2
  1. ERRORES EN EL TRATAMIENTO DE DATOS

Los datos en los que se basa el informe se han tomado de las estadísticas oficiales de incendios, en las que para los grandes incendios se hace un desglose de superficies en arboladas (en el informe son pinares, eucaliptales y montes de quercíneas), superficies dominadas por vegetación leñosa no arbolada (en el informe matorrales), superficies de vegetación herbácea (en el informe pastos) y superficies no forestales (es decir, agrícolas, que el informe omite).

Si se acepta que se va a seguir el método de asignar cada incendio a un solo tipo de vegetación, lo que ya se ha explicado que es discutible, se debería asociar a cada incendio el tipo de vegetación del que más superficie se ha quemado.

El informe se refiere a 95 incendios de los años 2012 a 2016 (casi todos, pero no todos los grandes incendios). Para esos cinco años sólo están disponibles las estadísticas oficiales definitivas de los años 2012 y 2013. Pues bien sólo en esos dos años hubo 24 incendios que aparecen en el informe y donde el tipo de superficie más afectada fue el matorral, y 3 en los que la mayor parte de la superficie quemada fue de herbáceas. Y sin embargo el informe afirma que entre 2012 y 2016 sólo hubo 21 incendios de matorral y 2 incendios de pastos. Es decir, que el informe ha caracterizado muchos incendios con una vegetación que no es la más quemada en ese incendio, y en concreto ha subestimado el número de incendios de pastizal y matorral asignándolos a superficies arboladas.

Tabla 1. Tipo de vegetación más quemada en cada GIF de 2012. Los incendios en amarillo no aparecen en el informe de Ecologistas en Acción

gif_2012

Tabla 2. Tipo de vegetación más quemada en cada GIF de 2013. Los incendios en amarillo no aparecen en el informe de Ecologistas en Acción

gif_2013

Con datos de 2012 y 2013 y aplicando a las tablas oficiales el método que utiliza el informe se obtiene un 48% de incendios de matorral (frente al 22% que aparece en el informe para todo el período), un 45% de incendios de arbolado (frente al 76% que recoge el informe) y un 7% de incendios de vegetación agrícola o pasto (el triple que el 2% que contempla el informe). Dando por bueno el dato del 4% para el eucalipto y repartiendo el resto de los incendios de arbolado en la misma proporción que aparece en el informe se obtienen las siguientes gráficas.

graficas

Como se puede ver, los datos oficiales muestran, incluso aplicando el extraño método que se ha seguido en el informe, que la mayor parte de los incendios «no son» de pinares, como afirmaba el Informe, sino que «son» de superficies leñosas no arboladas. Los porcentajes obtenidos se parecen además bastante a los datos de superficies quemadas en grandes incendios forestales que aparecen en las estadísticas oficiales para el bienio 2012-2013: 47% de superficie arbolada, 45% de matorral y 8% de herbáceas.

Si en vez de pensar en grandes incendios se hiciese el estudio para todos los incendios es probable que las cifras de incendios y superficies no arboladas aumentaran espectacularmente, porque la mayor parte de los incendios intencionados y accidentales comienzan fuera de zonas arboladas (en zonas de pastos con matorral, en zonas agrícolas y en zonas periurbanas), y si se atajan a tiempo no suelen llegar a las zonas arboladas.

Con lo cual el panorama general de la cuestión cambia sensiblemente, y en consecuencia las conclusiones a extraer y las propuestas de actuación también se deberían revisar.

3. PROPUESTAS ERRÓNEAS

Al ser incorrectos los datos de partida es incorrecto el diagnóstico y es incorrecto el tratamiento propuesto en el Informe

El informe propone siete medidas. Las tres primeras son neutras en sus efectos frente a los incendios, aunque pueden resultar significativas para entender por qué algunos datos del informe presentan un cierto sesgo.

La cuarta medida, que ya se aplica frecuentemente, propugna la regeneración natural de las zonas incendiadas, pero tiene el efecto contrario al que se argumenta en el informe, porque tras un incendio las especies pirófitas regeneran mejor que las que no lo son, precisamente porque son pirófitas. Y el resultado es una formación joven con más especies pirófitas que la anterior al incendio. Pese a ello en muchos casos es una medida razonable ecológica y económicamente.

Las tres últimas medidas propuestas son directamente contraproducentes, y de consecuencias potencialmente fatales para muchas masas arboladas y para la seguridad de los que luchan contra los incendios.

La quinta medida propone limitar las actuaciones de limpieza de montes e infraestructuras “preservando las zonas de bosque natural y las especies autóctonas de quercíneas, frondosas y matorral)”. Proponer que se suspendan los tratamientos de la vegetación en masas jóvenes por la mera presencia de especies autóctonas es un disparate cuyas únicas consecuencias son la mayor vulnerabilidad de las masas al incendio. Otra cosa es que en masas arboladas maduras, independientemente de su origen natural o artificial, esos tratamientos ya no sean necesarios, y de hecho sobre ellas no se realizan tratamientos selvícolas contra incendios. Pero sí son necesarios, y mucho, en masas jóvenes independientemente de su origen y especie dominante.

Si un incendio llega a un encinar que tiene cuarenta toneladas de leña menuda por hectárea (ramas bajas y brotes de encina, zarzas, matorral, lianas), es fácil entender que la intensidad del fuego será mayor que si llega a una zona donde se han conservado las encinas, se han podado sus ramas bajas y se ha eliminado el matorral. Esa formación “limpia”, aligerada de carga combustible, no es solo una manía estética de forestales y campesinos, sino que es más favorable que el monte salvaje desde prácticamente todos los puntos de vista: producción de hierba y rebrotes leñosos tiernos (favorable para el ganado y muchas especies de fauna), producción de setas, uso recreativo, vigor del arbolado, resistencia a sequía, paisaje, vulnerabilidad contra incendios, etcétera. Frente a todo ello el monte no intervenido tiene la ventaja de que produce un cierto placer conceptual a los sectores con una visión integrista de la naturaleza.

La sexta medida es Fomento de galerías y orlas forestales como alternativa a zonas y áreas cortafuegos (una zona densa de matorral y árboles es menos propensa a ser un foco de incendio que una zona de pastos secos como las que se promueven con la limpieza de cunetas o con los propios cortafuegos). El problema de esta medida no es el papel de esa zona densa de leñosas como foco de incendio, sino que cuando llega a ella el incendio encuentra una zona que arderá de forma intensa. Por no hablar de que no es viable mantener ese tipo de estructuras en las cunetas de las carreteras. Y en cuanto a los cortafuegos, de pésima reputación, hay que tener en cuenta que un incendio tiene un frente, dos flancos y una cola. Un cortafuegos casi siempre es eficaz para controlar los flancos y la cola de los incendios (es decir, el 90% de su perímetro), y a veces también para controlar cabezas de poca intensidad. Y siempre es un elemento importante para apoyar a los equipos de su extinción y hacer su labor más eficaz y más segura.

La séptima medida parte de una premisa que como ya se ha explicado es falsa: “Un bosque o monte limpio es tan vulnerable o más a los incendios que un monte sucio” y se concreta en una idea que, en caso de adoptarse, pondría en peligro a las masas jóvenes en las que se aplicase: “Como principio elemental no se deben realizar tareas forestales de limpia o similares en bosques y montes de quercíneas o de otro tipo que tengan valor natural y estén en buen estado de conservación”. La conveniencia de limpiar dependerá de la edad y estructura de la masa, no de las especies que la formen ni de su grado de conservación.

 


CONCLUSIONES

  1. En contra de lo afirmado por el Informe de Ecologista en Acción, del análisis de los datos oficiales se deduce que en los grandes incendios se quema algo más de matorral que de arbolado, pese a que en España hay la mitad de superficie de matorral que de arbolado.
  2. De los tres aspectos de la vegetación que se contemplan en el Informe el único con una influencia significativa sobre los incendios es la estructura de la vegetación.
  3. Las masas forestales maduras no requieren intervenciones selvícolas frente a los incendios. Pero hay que tener claro que antes de que un monte alcance esa fase de madurez de baja combustibilidad tiene que pasar por fases juveniles con estructuras equiparables al matorral y muy inflamables, independientemente de la especie principal. En contra de lo que afirma el Informe de Ecologistas en Acción es falso que las masas jóvenes ardan cuando son de pino y no lo hagan cuando son de quercíneas.
  4. Por todo ello, en contra de la propuesta que formula el informe de Ecologistas en Acción, los tratamientos selvícolas de las masas arboladas jóvenes son necesarios para reducir su vulnerabilidad frente a los incendios, tanto si se trata de masas de regeneración natural como si se trata de repoblaciones. Omitir los tratamientos en algunas masas atendiendo a su especie principal o naturalidad es un riesgo grave e innecesario para la supervivencia de las masas que se pretende proteger.

 

 

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